miércoles, 1 de diciembre de 2010

DE VIOLETA



El mundo es una bola de cristal que se agita en la mano de un gigante. De un sacudón las cosas se revuelven y giran, nunca en falso. Un tronco del radio de mi altura varado entre la arena y las piedras de la costa de este vecindario, donde lo único que queda cerca es el pacífico sin olas con sus caracoles desde hace mil años.
El sol que cae sobre el mar, raya un cordón de montañas azules coronadas de rascacielos y el snobismo de una ciudad soñada, lo sostiene. El bosque lejos, muy, demasiado. Y a juzgar por lo visto en mis anteriores locaciones, el sol nunca usa al mar para esconderse.
Sobre el agua, creo, cerca de la orilla un grupo de aves reunidas toman una clase práctica de remo de pie. El docente, un sujeto que en lo lejos exhibe sus dotes en el ejercicio de esa disciplina, recorre la masa de mercurio con la facilidad de Jesuscristo. Mientras que yo, de violeta y de cara al sol sobre una piedra fría y verde, supuse que de donde vengo estaba detrás de mi hombro izquierdo. Por más que alzara la vista no lograba ver el Paraná. ¿Por qué? Estoy segura que está precisamente ahí. Pero de frente, supongo, Japón.
Evidentemente, el sacudón me llevo lejos.
Me hubiera gustado quedarme en ese atardecer a esperar mi próximo destino, pero mi saco era violeta, no largo.

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